jueves, 29 de noviembre de 2012

Cuestión de ánimo


Recapitulemos: nací con una hemiparesia en el lado izquierdo de mi cuerpo. Hasta hace un año, esto sólo se traducía en que “soy coja” así que, por no hacer, no había hecho ni abdominales. Ahora bien, hace un año mi cuerpo empeoró y se volvió en mi contra: dolores, espasmos… en paro y enferma, debería decir que estaba triste e irritable, pero diré que, enrealidad, estaba insoportable, de mala leche y que  ni yo misma me aguantaba. Entonces, mi familia, a pesar de mis constantes negativas...me obligó a ir a un gimnasio, no sé si por mi bien realmente o por intentar sacarme de casa unas horas al día.

 En estos diez  meses de practicar “deporte” regularmente ( 2 horas, tres veces por semana) he percibido en mi muchos cambios tanto físicos como psíquicos. Los demás lo notan, aunque no definen bien las razones.  Quiero narrar lo que he pasado hasta ahora y empezaré por mi estado de ánimo, una parte de los cambios psíquicos.

Hay muchos estudios que explican la relación entre estado de ánimo y actividad física. La verdad es que nunca los he leído y para no contaminar mi narración, no voy a hacerlo ahora ( que nadie piense que es por pereza... je,je,je).

El primer día... la primera semana... bueno, vale, el primer mes no pasaba de 20 minutos en total de ejercicios cardiovasculares (bicicleta, cinta, elíptica) y media hora de piscina. Sentía agujetas en músculos que no recordaba que existían y otros que directamente ignoraba su existencia...¿me quejaba? SI y mucho. Pero secretamente esa molestia significaba para mí que mi cuerpo estaba ahí, que mis músculos despertaban cual momia dormida y me gritaban “¡Estamos vivos!”. Pensando lo abandonados que los tenía, supongo que gritaban con sorpresa.

El volver a tener una rutina, imponerme un horario, salir de casa y enfrentarme a un desafío diario (cada minuto extra en la bici)...me gustó. Compartir con otras personas y recibir un saludo cada mañana, me animó a seguir .Poco a poco fui dejando calmantes, corticoides, ansiolíticos, bajando en estos meses la friolera de  nueve pastillas a tres diarias(siempre con recomendación médica). Creo que no voy al médico de cabecera hace  5 meses. Sólo voy  para buscar las recetas de lo que no puedo quitarme y es que mi cuerpo empezó a responder positivamente  y yo puedo notarlo.

Y al fin llegó ese día, creo que fué al tercer mes, ese día que fuera del colegio una madre me dice “ Joer, Daniela, que bien te veo” y de pronto hasta el de la farmacia me dice que estoy mejor. Llegados a este punto aclaro: no he bajado ni un kilo, en gran parte por la medicación )y en pequeña parte por ese chocolate negro con nata y almendras...y las magdalenas del pueblo y la tortilla de patatas). Pero eso es lo de menos, lo principal es lo de las pastillas. En fin, que me ven mejor, porque al tener las piernas un poco mas fuertes camino con mayor seguridad y eso se nota en la cara, simplemente, no llevo ceño fruncido.

Ahora me voy al gimnasio, con un bolso enorme y uniformada con mi chándal…comprar un chándal fue una aventura que creo contaré más adelante.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

¿Esto cómo se come?


Yo, Daniela Angélica Caro Arias, recibí la vil sentencia de hacer ejercicio de parte de mi propio cerebro roto por un ICTUS. Cruel castigo para alguien como yo, que en toda su etapa académica logró capear educación física, que veía en aquellos seres habituales de centros deportivos, como a unos déspotas, egoístas y superficiales, “Por favor, ¿dos horas en un gimnasio? ¿Puede haber mayor perdida de tiempo? ¿Acaso no ves que no me muevo y que no bajaré de peso por las pastillas? ¿Acaso no ves que soy discapacitada?” fue mi alegato ante mi familia reunida en el salón. Pero no importaron mis fundamentos y negaciones. Un día cualquiera de marzo, mochila en mano y escoltada por un vecino fui a un Gimnasio, al Ciudad Deportiva las Olivas de Aranjuez.

Llegué con Félix, mi vecino, al recinto. Me indicó donde dejar mi mochila y subí las escaleras a la sala “fitness” como quién sube a un patíbulo. Al abrir la puerta, lo que temía, una música muy alejada de mi gusto me hizo entrar a regañadientes y ver una hilera de bicicletas estáticas, cintas y otras máquinas que no conocía. Para disimular me subí en una bicicleta que encendió su pantalla y me daba varias opciones, el hombre a mi lado me explicó cómo usarlo terminando con la frase “tú despacito”. En ese momento lo miré, un hombre mayor con una cinta en la cabeza y unos cascos “no me gusta esta música” me explicó.

Me volví para ver al resto de los usuarios, jóvenes, mayores, sonrientes, conversando entre ellos...dejé de mirar porque mi cuerpo acusó los cinco minutos de bicicleta que para mí en ese momento podían ser los responsables de una arritmia...si, si cinco minutos. Al bajar se acercó Diego, un chico corpulento con cara de niño, me preguntó el nombre, cuales eran mis objetivos. Aquí debo reconocer que fui un poco borde “Quiero coger fuerza en mi lado izquierdo”, él me explico con tranquilidad que necesitaba una buena circulación para poder curar lesiones, por lo cual, mi tabla consistiría en 20 minutos de bicicleta, 20 minutos de elíptica y 20 minutos de cinta. “¿Acaso quiere matarme?” pensé, dudosa de si volvería al otro día.

Pero aún quedaba una parte, la piscina que tanto me habían recomendado. En ese vestuario, lleno de mujeres desnudas de todas las edades narrando su mejoría desde el inicio de sus actividades físicas, yo intentaba no dejar al descubierto del todo mi cuerpo, caso perdido ya que colocarse un bañador sujetando una toalla requiere una habilidad que no poseo. Estuve nadando y vi a las mujeres del vestuario realizando “aquagym” ¡Qué alegres se veían! Después de una ducha caliente volví a mi casa y ese día estuve de buen humor y extrañamente no me dolió la espalda.

Y ahora 10 meses después, 45 minutos de bicicleta y 30 largos de piscina, tres veces por semana debo decir que yo, Daniela Angélica Caro Arias, me he convertido en una firme defensora del deporte y la actividad física... poco a poco les iré contando por qué.