Yo, Daniela Angélica Caro Arias, recibí la vil
sentencia de hacer ejercicio de parte de mi propio cerebro roto por un ICTUS.
Cruel castigo para alguien como yo, que en toda su etapa académica logró capear
educación física, que veía en aquellos seres habituales de centros deportivos,
como a unos déspotas, egoístas y superficiales,
“Por favor, ¿dos horas en un gimnasio? ¿Puede haber mayor perdida de tiempo?
¿Acaso no ves que no me muevo y que no bajaré de peso por las pastillas? ¿Acaso
no ves que soy discapacitada?” fue mi alegato ante mi familia reunida en el
salón. Pero no importaron mis fundamentos y negaciones. Un día cualquiera de
marzo, mochila en mano y escoltada por un vecino fui a un Gimnasio, al Ciudad Deportiva las Olivas de Aranjuez.
Llegué con Félix, mi vecino, al recinto. Me
indicó donde dejar mi mochila y subí las escaleras a la sala “fitness” como
quién sube a un patíbulo. Al abrir la puerta, lo que temía, una música muy
alejada de mi gusto me hizo entrar a regañadientes y ver una hilera de
bicicletas estáticas, cintas y otras máquinas que no conocía. Para disimular me
subí en una bicicleta que encendió su pantalla y me daba varias opciones, el
hombre a mi lado me explicó cómo usarlo terminando con la frase “tú despacito”.
En ese momento lo miré, un hombre mayor con una cinta en la cabeza y unos
cascos “no me gusta esta música” me explicó.
Me volví
para ver al resto de los usuarios, jóvenes, mayores, sonrientes, conversando
entre ellos...dejé de mirar porque mi cuerpo acusó los cinco minutos de
bicicleta que para mí en ese momento podían ser los responsables de una
arritmia...si, si cinco minutos. Al bajar se acercó Diego, un chico corpulento
con cara de niño, me preguntó el nombre, cuales eran mis objetivos. Aquí debo
reconocer que fui un poco borde “Quiero coger fuerza en mi lado izquierdo”, él
me explico con tranquilidad que necesitaba una buena circulación para poder
curar lesiones, por lo cual, mi tabla consistiría en 20 minutos de bicicleta,
20 minutos de elíptica y 20 minutos de cinta. “¿Acaso quiere matarme?” pensé,
dudosa de si volvería al otro día.
Pero aún quedaba una parte, la piscina que
tanto me habían recomendado. En ese vestuario, lleno de mujeres desnudas de
todas las edades narrando su mejoría desde el inicio de sus actividades
físicas, yo intentaba no dejar al descubierto del todo mi cuerpo, caso perdido
ya que colocarse un bañador sujetando una toalla requiere una habilidad que no
poseo. Estuve nadando y vi a las mujeres del vestuario realizando “aquagym” ¡Qué alegres se veían! Después de una ducha caliente volví a mi casa
y ese día estuve de buen humor y extrañamente no me dolió la espalda.
Y ahora 10 meses después, 45 minutos de
bicicleta y 30 largos de piscina, tres veces por semana debo decir que yo,
Daniela Angélica Caro Arias, me he convertido en una firme defensora del
deporte y la actividad física... poco a poco les iré contando por qué.
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