Lo más difícil de ser discapacitada
ha sido integrarme. No tanto con el mundo, como conmigo misma.
Aceptar que nunca caminaré de manera “normal”, que jamás usaré
tacones…que por mucho que lo intente mis manos no serán “bonitas.
Ahora que lo escribo pienso “¡Que chorrada más grande!”…pero
es difícil. Difícil porque la sociedad nos prepara para ciertas
capacidades y llega un momento en que me doy cuenta que simplemente
no las tengo, me doy cuenta de que soy “Dis-capacitada”.
Y esa integración es una lucha diaria,
no exagero… veréis, cada vez que me enfrento a una nueva
situación, respiro e intento averiguar cómo puedo compensar las
capacidades que no tengo. Casi siempre me funciona, pero y ¿cómo me
enfrento a un lugar donde el área de trabajo es el cuerpo?
Es duro tener que explicar a un monitor
o a un compañero “esto no puedo hacerlo”, ese “no puedo”
duele. A mí me ha tocado muchas veces desde que empecé a ir al
gimnasio, primero con la “elíptica”: Recuerdo que al subirme los
gemelos de mi pierna izquierda se agarrotaron, al ver como se
acercaba el monitor, respiré para pensar que decirle. No hubo
necesidad, me explicó él a mí que al tensar el pie con el
movimiento circular, es la respuesta natural…enseguida pasó a
decirme que con la bicicleta y la cinta puedo cubrir el ejercicio
aeróbico. Más difícil fue explicar que no puedo estirar mi brazo
izquierdo, así que hay movimientos que no puedo realizar…así fui
absuelta de una de las máquinas.
Sea como sea la reacción de los otros,
ya estoy lo suficientemente mayor para adaptarme a cualquier
ambiente. Pero debo reconocer, que en el gimnasio ha sido
sorprendentemente fácil. Pueden influir varios factores: que el
personal del centro está bien preparado, que los usuarios del
gimnasio y piscina (al contrario de lo que yo pensaba) son personas
normales, tal vez un poco distintas por el valor que dan a la salud
del cuerpo, más que a su aspecto.
Lo cierto es, que bromeo con los chicos
que están con pesas de 30 kilos, mientras yo estoy justo al lado con
una mancuerna de 2 …¡y la que se queja soy yo!, Lo cierto es que
Diego, Silvia e Iván, no dudan en ayudarme a adaptar los ejercicios
a mi cuerpo…y es que me han hecho ver, que no me falta más
capacidad que al resto de personas, simplemente, mi cuerpo es
distinto. Yo me adapto al ejercicio y el ejercicio a mí.
Y es que lo más difícil de ser
discapacitada es aceptarme a mi misma tal cual soy, y al activar este
cuerpo, al ver que puedo exigirle cada vez más y responde… ha
hecho que me reconcilie un poco con el mundo. Y ver la forma en que
me ayudan, atienden, bromean y animan los demás integrantes de la
“Familia Olivas”, ha hecho que me reconcilie con el deporte en
general.
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