Como cada día me despierto decidida a NO ir al
gimnasio, no quiero mover el cuerpo: hace frío, estoy constipada y me duele la uña del pie. Así que me
siento en el sofá de mi casa con un “cola cao” dispuesta a solo ejercitar mi
dedo pulgar apretando los botones del mando a distancia. Pero alguien toca a la
puerta, dudo en abrir, pero cedo a lo inevitable: Es Félix, mi vecino, que como
cada día me pregunta ¿Nos vamos? Y yo, resignada cojo mi gran bolsa de colores camino
a mi centro deportivo pensando en la soledad de mi querido sofá.
Y es que cada día, cada
momento en el que voy a mover mis maltrechos músculos tengo una gran discusión
interna entre mi yo perezoso y mi otro yo…ese yo que aún dudo si definir como
sano, racional o masoquista que me obliga a seguir. Lo cierto es que mi yo
perezoso suele tener argumentos difíciles de refutar…así que entra en juego mi
yo niña que se ilusiona con cada día que bromea con los otros usuarios o juega
en la piscina o descubre un nuevo movimiento.
Casi todos los días son así, casi, porque
el viernes 21 de diciembre de 2012, fue diferente. Preparé mi bolso el día anterior, lo revisé varias veces y
cuando llegó Félix yo ya estaba preparada. Javier, el director del centro
las Olivas me ofreció enseñarme unos ejercicios para reforzar el movimiento
de mi brazo izquierdo, algo que acepté encantada y esperaba con ansias.
Ese viernes llegué al gimnasio y al salir
de la “sala Fittness” (sala con máquinas y espejos dispuestos a explotar mi lado más masoquista) bajé al
vestuario de piscinas. En ese lugar pasé, como cada día, por el trago de
desnudarme, colocarme un bañador que no se cómo siempre se enrolla haciendo
imposible no dejar el culo al aire unos minutos…pero si algo de dignidad queda en el cuerpo, esos gorros en los
que embutes la cabeza, te la quitan de cuajo. Pero aún así, entrar a la piscina, con el agua…ir flotando,
mientras no haya un espejo…todo va bien.
Javier llegó cargado de pelotas, churros y un dado de esos “anti estrés”,
con paciencia me fue explicando cada ejercicio y que movimiento reforzaba.
Después de un rato y amenazas de aumentar los kilos de mis mancuernas, logré
mover una pelota con la punta de mis dedos, hundir un churro, girar mi brazo al
completo, hacer “la pinza” con mi dedo pulgar e índice y estrujar ese dado que,
seguramente, algún escritorio extrañaba en ese momento. Descubrí nuevos movimientos,
capacidades que tengo que explotar… ¡ay! Mi cuerpo.
En fin, nos despedimos y mientras estaba
secándome el pelo, me di cuenta que nunca me peino y seco al mismo tiempo,
porque mi mano izquierda no tiene fuerza para coger el secador mientras me paso
el cepillo…ya tengo nuevo reto…como Javi me enseñó a ejercitar esos músculos de
mi muñeca, voy a practicar…así que
ya saben, si me ven un poco menos despeinada…por algo será.
Mis “oliveros”, me dieron mi primer regalo
de navidad…la esperanza de utilizar un poco más esta mano que a veces olvido…y
es que es así el deporte…aun que los objetivos sean individuales, siempre es
mejor en equipo.


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